miércoles, 28 de agosto de 2013

Zeta, una oportunidad para vivir decorosamente: solo eso pide

Por Blanca Padilla

Turismo ecológico, desarrollo sustentable... Se habla mucho de estos temas en nuestros días, pero es difícil que los campesinos de las comunidades mexicanas marginadas y desprotegidas, aunque rebosantes de bellezas naturales, obtengan rápido y efectivo apoyo para desarrollar proyectos de esta naturaleza.

No obstante, en esto se han empeñado unos 35 comuneros del Rancho de Zeta, Sola de Vega, Oaxaca, jóvenes en su mayoría y conscientes de los hermosos atractivos que pueden compartir con los deseados visitantes. Desde hace poco más de un año inscribieron su proyecto en la Secretaría de Turismo del estado, sin respuesta satisfactoria hasta el momento.
De acuerdo con Miguel Sibaja Lara, uno de los principales promotores del proyecto, el pasado mes de marzo el secretario de turismo, José Zorrilla de Sanmartín Diego, visitó el rancho de Zeta y dio a entender, entre otras razones, que el proyecto no le parecía viable porque la gruta, de la que nace el río de esta comunidad, no tiene salida.

Miguel Sibaja Lara
Curioso el comentario porque, en todo caso, lo que reviste mayor encanto es el río, mismo que domina la comunidad y kilómetros adelante va a reunirse con el río de Juchatengo y ambos con el Atoyac en su viaje rumbo al mar. Esto sin dejar de lado que esa gruta puede ser explorada hasta una cierta distancia, si alguien gusta de ello.

Los comentarios del secretario, sin embargo, no menguan el deseo de los comuneros por lograr que este proyecto sea aprobado, de ahí que hayan decidido dar a conocer a la opinión pública sus pretensiones. 

De hacerse realidad este sueño, no solo podrían proteger su patrimonio sino que,  al mismo tiempo, obtendrían ganancias para darles una vida decorosa a sus familias, sin tener que irse a las ciudades del país para emplearse como obreros o a los Estados Unidos, donde algunos de ellos ya han probado suerte.

Una experiencia grata

Hablar de Zeta, o del Rancho de Zeta, ahora que me lo piden quienes fueron mis alumnos en el Curso Comunitario de Conafe 91-92, es para mí semejante a lo que plantea Violeta Parra: Volver a los 17.

A esa edad conocí ese magnífico lugar: siete familias, 16 niños a los cuales dar clases de primaria, agua por todas partes, sus casitas de paredes de morillos y techos de palma o tejavana y mucha vegetación. Lo más parecido al Macondo de García Márquez que pude encontrar en Oaxaca.

Aunque más que selva tropical es bosque templado caducifolio. O algo así, no soy experta. Lo único que sé es que en otoño comienza a dorarse el paisaje hasta llegar a ser castaño obscuro en invierno. Los únicos árboles que permanecen siempre verdes son los ocotes, los enebros y los sabinos o ahuehuetes.


Pero, al llegar la primavera todo cambia y, con las primeras lluvias, esta campiña se renueva, reverdece. 

Era verano cuando llegué. El camino a trechos se había convertido en ciénegas que, imbuida como estaba yo en historias de aventuras, temí que fueran como esos terribles pantanos que tragaban hombres en las novelas de Emilio Salgari

No era para menos, a mis 17 años caminé sola desde la desviación hasta la comunidad, por un camino de terracería de unos cinco kilómetros, rodeado por árboles y más árboles.

Además de los murmullos propios del campo, solamente escuchaba la corriente de un arroyo cercano y a lo lejos un rumor más fuerte de agua, lo cual exacerbaba mi imaginación. Pero no, no eran pantanos escabrosos, era simplemente que el agua fluye en esta época por todas partes.

Del miedo pasé a la euforia, sobre todo cuando por fin vi ese hermoso río de agua fresca y transparente que ya se venía anunciando por todo el camino con un rugido cada vez más fuerte. 

Ese río (que aún me extraña, como dice doña Reina Lara, la señora que hizo cálida y más grata aún mi estancia en este lugar,) estaba ahí por fin. 

Era hermoso y significó para mí la libertad, la tranquilidad y logró hacerme recordar mis primeros años sobre este planeta Tierra.

Después de muchos tiempo de vivir en la capital oaxaqueña, fue nuevamente estar en contacto diario con el río y los arroyos, con los animales de pastoreo, entre cultivos y campesinos y rodeada de árboles: encinos, enebros, guayabales, nogales, ocotes y de los ya mencionados sabinos, esos árboles gigantescos que bordean el río casi desde su nacimiento, en una gruta a unos pocos kilómetros de la parte más poblada de la comunidad, y hasta donde se pierde de vista, formando una enorme zeta. A esto debe su nombre la comunidad.

Soledad y pobreza sobrellevadas con orgullo

Yo era casi una niña, la travesura me llamaba. Por eso a diario me iba con varias de mis alumnitas a nadar al río y a subirnos a los árboles para cortar guayabas, cuando había. En Zeta hay por lo menos de cinco clases distintas, todas muy sabrosas, pero la gente de Zeta se da el lujo de no comer sus semillas. Esto entre septiembre y octubre.

Hay también fresquísimas lima limones y, aunque no son frutos precisamente, recuerdo mucho las enormes y blancas azucenas que comienzan a aparecer entre mayo y junio con las primeras lluvias. Son tan grandes y tan abundantes, en algunos claros del bosque, que iluminan la noche. Al menos así lo recuerdo.

También en este tiempo había muchas nueces de castilla. ¡Qué rica salsa de nueces con chiles costeños preparaba doña Reina!, complemento perfecto de unos frijoles de la olla, queso y tortillas calentitas. Todos en Zeta saben preparar y disfrutar este manjar.

Ah, y comparar Zeta con Macondo no es cosa de mi pedantería libresca. Al igual que ese pueblo mítico de Cien años de soledad, el rancho de Zeta vivió una época de esplendor a mediados del siglo pasado. Fue un gran aserradero en torno al cual se formó todo un pueblo. Había mucha gente. Zeta tenía escuela de la SEP con dos o tres maestros, dispensario médico, creo que hasta tienda Conasupo y otros muchos beneficios.


Sin embargo, para 1991, cuando estuve por ahí, solo había siete familias –todas ellas más o menos emparentadas– dispersas en los varios kilómetros que componen esta ranchería. Únicamente se reunían para asuntos relacionados con la escuela –los instructores de CONAFE hacíamos una reunión al mes, si era necesario– y alguna cuestión que tuvieran que tratar en Sola de Vega. El resto del tiempo lo pasaban rodeados por kilómetros de esa soledad vegetal.

El aserradero puso fin a sus operaciones cuando los comuneros se dieron cuenta de que los empresarios, bajo el cobijo del gobierno, solo estaban saqueando su patrimonio sin que esa tala indiscriminada de árboles les reportara a ellos ningún beneficio más que el de ser peones, simples hacheros que ganaban al día un mísero salario y se rebelaron.



Desde entonces, muchas familias emigraron, los trabajadores que venían de otros pueblos se fueron y volvieron a quedar solos. Y así procuran subsistir, orgullosos, sin necesitar de los otros. Por ejemplo: cada familia tenía y aún tiene su propio horno para hacer pan. Aunque sólo lo hacen una vez al año: en el día de Muertos y de Todos Santos. Si se comía pan en otro momento era porque lo traían del pueblo (Sola de Vega). Pero en Todos Santos ellos hacían y siguen haciendo el tradicional pan de yema acompañado indefectiblemente de chocolate de leche. En Zeta nada de Chocolate de agua.

Así viven, muy solos, en la pobreza, pero dignos. Aun siendo tan pocos, tuvieron sus problemas, los desencuentros entre las familias a veces no se pueden evitar. Se contaba en Zeta de un tremendo pleito entre dos familias. Esto obligó al gobierno a mandar a la policía judicial al pequeño lugar, con muy malos resultados.

Cuando viví por ahí, me impresionaba ver como los niños reaccionaban con miedo ante el simple sonido de los helicópteros. También la casa que había sido para los maestros –una ruina en ese entonces, pero donde me obstiné en vivir– era considerada una casa de espantos.  

Luego me explicaron por qué. Resulta que en aquella intervención de la judicial hubo uno o dos muertos y tres heridos y este lugar sirvió de morgue y enfermería mientras llegaba el agente del ministerio público.

Ecoturismo, una esperanza

Vieron y vivieron cosas difíciles los habitantes de Zeta, sin duda. Padecieron algunas sequías que diezmaron su ganado y provocaron incendios tremendos. Subsistir así no es fácil. Dependen de su ganado y de cultivos de temporal y algunos de riego. No tienen otro medio más que, en algunos casos, las remesas de quienes se han ido a Estados Unidos o el apoyo que puedan brindarles familiares que han conseguido algún empleo en la capital del estado.



Ante este panorama y sabiendo de la riqueza y belleza con la que cuentan, es que esos niños que yo conocí, ahora hombres y mujeres jóvenes, se han organizado para hacer de Zeta un destino ecoturístico.

Con la intención de demostrarle al gobierno y a la sociedad que son gente de trabajo que es capaz de dar todo lo que está a su alcance, comenzaron ya a construir algunas cabañas en los claros de las márgenes del río mientras esperan que la Secretaría de Turismo dicte una resolución en torno al proyecto que ingresaron. 

Tienen muchos deseos de hacer que el proyecto prospere, pero no pueden solos, necesitan del apoyo gubernamental para desarrollarlo y hacer que este sueño de vivir dignamente sin dañar su entorno, se haga realidad.

Zeta queda a una media hora de Sola de Vega, la cabecera distrital, yéndose por la carretera Sola de Vega-Puerto Escondido. Ahí se encuentra una desviación que conduce a un camino de terracería por el que en auto se llega en 10 minutos hasta la comunidad y, caminado, en media hora.

Partiendo de la ciudad de Oaxaca, por la carretera a Puerto Escondido, en autobús son dos horas a Sola de Vega y en auto se hace menor tiempo. En el paraje conocido como Y griega, se debe tomar la carretera que va a Zimatlán.

Actualmente Zeta es una comunidad pacífica que ya cuenta con agua entubada y energía eléctrica, por lo que sus habitantes, cerca de cien personas, están seguros de poder lograr que los visitantes tengan una estancia agradable: lejos de las aglomeraciones y el bullicio citadino, pero con las comodidades más elementales.


Para mayor información sobre el proyecto, favor de comunicarse con Miguel Sibaja Lara al correo:
miguel.sibaja01@gmail.com

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